Durante décadas, Venus ha sido el gran enigma del Sistema Solar: un planeta del tamaño de la Tierra, pero con una atmósfera asfixiante y temperaturas capaces de fundir plomo. Hasta ahora, la comunidad científica lo había clasificado como geológicamente “muerto”, sin vulcanismo activo o movimientos internos recientes.
Sin embargo, un nuevo estudio liderado por la NASA acaba de poner patas arriba esa visión. Según revelan datos actualizados de la misión Magallanes —lanzada en 1989 y finalizada en 1994—, Venus no está tan dormido como se creía.
El hallazgo, publicado en la revista Science, sugiere que enormes estructuras circulares conocidas como “coronas” muestran evidencias de deformación actual, un signo inequívoco de que el planeta sigue “vivo” geológicamente. El equipo de la NASA, dirigido por el geofísico Paul Byrne, sostiene que estos anillos, formados por el ascenso de magma desde el manto, podrían ser la huella de un vulcanismo aún activo.
“Venus podría estar más cerca de la Tierra de lo que pensamos, no solo en tamaño y masa, sino en su capacidad para renovar su superficie”, señala Byrne en el estudio.
¿Por qué son tan importantes las coronas?
Las coronas —vastas depresiones con forma de rosquilla que pueden medir cientos de kilómetros de diámetro— han intrigado a los científicos desde que fueron mapeadas en los años 90.
Su origen se asocia con la acumulación de calor interno que, al no poder liberarse, deforma la corteza planetaria. Hasta hace poco, se pensaba que estas formaciones eran reliquias geológicas antiguas, restos de un planeta que se apagó hace millones de años.
Sin embargo, los análisis recientes muestran desplazamientos y fracturas en la superficie venusina que solo pueden explicarse si el calor interno sigue actuando, impulsando una lenta pero persistente actividad tectónica. La doctora Suzanne Smrekar, científica del JPL-NASA y una de las impulsoras de la misión VERITAS, explica que “estos indicios nos obligan a reescribir los modelos de Venus, con todo lo que eso implica para la comprensión de la evolución planetaria”.
VERITAS y DAVINCI: el regreso de la NASA a Venus
El descubrimiento refuerza la importancia de las misiones que la NASA tiene en marcha para la próxima década. La primera es VERITAS (Venus Emissivity, Radio Science, InSAR, Topography, and Spectroscopy), cuyo lanzamiento está previsto para 2031. Su objetivo será cartografiar Venus en alta resolución, midiendo la topografía y detectando posibles “pulsos” volcánicos activos mediante interferometría radar.
La segunda, DAVINCI (Deep Atmosphere Venus Investigation of Noble gases, Chemistry, and Imaging), se centrará en la atmósfera densa y tóxica del planeta, con un descenso directo que medirá gases nobles y compuestos traza. Ambas misiones, financiadas a través del programa Discovery, marcan el retorno de la NASA a Venus después de casi 40 años sin misiones dedicadas.
¿Un nuevo horizonte para la vida en Venus?
Si la actividad geológica en Venus está viva, sus implicaciones van más allá de la mera geofísica. Estudios como el de Greaves et al. (2020, Nature Astronomy) —que informaron de la posible detección de fosfina en las nubes altas— ya habían alimentado el debate sobre la habitabilidad en entornos extremos. Aunque la comunidad científica sigue dividida respecto a la fosfina y su relación con la biología, la combinación de un interior caliente y volcanismo activo refuerza la idea de que Venus podría albergar microambientes habitables en su atmósfera.